ENRIQUE GIL CALVO
Profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid
El País, 26/02/2009
El destino inmediato del capitalismo liberal, que se precipita en caída libre hacia la implosión de un agujero negro impulsado por el continuo agravamiento de su crisis sistémica y fatalmente atraído por el succionante maëlstrom de un ominoso colapso global, exhibe fascinantes paralelos con la súbita extinción de la cultura de los moaís que tuvo lugar en la polinesia isla de Pascua. Me refiero claro está a esas célebres estatuas gigantes, cerca de 900 en total, que hoy admiran a los turistas en un páramo perdido, árido y casi desierto a miles de kilómetros de las costas vecinas. Pues bien, esos impresionantes moaís fueron erigidos con fines ceremoniales por una floreciente civilización que se embarcó en un proceso de crecimiento acelerado cuyo cenit culminante se alcanzó en el siglo XVII de nuestra era, para precipitarse a partir de ahí (1680) en una vorágine de autodestrucción colectiva que acabó con la civilización de Pascua justo antes de la llegada de colonizadores europeos.
El mejor relato de esta tragedia cultural se contiene en un libro de obligada lectura, Colapso (2005), del geógrafo evolucionista Jared Diamond, que la utiliza de pedagógica ilustración (entre otras extinciones análogas, como la de los mayas del Yucatán o los vikingos de Groenlandia) para explicar cómo la intensificación de la competencia por los recursos puede acabar con el suicidio colectivo de los competidores. Para ello Diamond recurre a la llamada «tragedia de los bienes públicos», propuesta por el biólogo Russell Hardin en 1968, que predice el agotamiento de los ecosistemas a partir de un cierto umbral de explotación. Pero la originalidad de Diamond reside en que, pese a ser un ecologista reconocido, deduce que la causa última del colapso no es biológica sino social. Lo que hace al sistema inviable y le fuerza a colapsarse no es la escasez de los recursos (según el argumento maltusiano) sino el exceso de su explotación, como un efecto sólo derivado de la escalada social de la competición. Los diversos clanes de Pascua se embarcaron en un juego colectivo de prestigio ostentoso donde todos pugnaban por superar a los demás en la erección de moaís, para lo que no dudaron en agotar el bosque del que extraían la madera para transportar las piedras a edificar. Y al escasear la madera dejaron de producir canoas con las que pescaban su principal fuente de proteínas. Pese a lo cual siguieron erigiendo moaís cada vez mayores hasta que ya no pudieron hacerlo más. Entonces los golpistas tomaron el poder, estalló la guerra civil y la isla de Pascua se desangró hasta extinguirse.