Artículo de opinión de:
Cecilia Sánchez Suárez.
Jurista, Miembro de Ben Magec, PX1NMEC y Máster en Energías Renovables.
Desde los albores de la humanidad la feroz pugna por el control de la energía ha sido una constante en nuestra historia con desdichadas consecuencias sobre todo socio-económicas, de desigualdad, y ambientales, especialmente graves en estos últimos 100 años por la acelerada degradación medioambiental y espolio nuestro planeta, cuyo exponente más palmario es el cambio climático.
Quién controla la energía, controla la civilización, la distribución de los bienes y, en definitiva, la riqueza de los pueblos, señala Jeremy Rifkin. De todos es conocido que el actual modelo energético es monopolista, centralizado, antidemocrático, caduco, basado en la energía foclear (fósil y nuclear) en manos de un puñado de empresas transnacionales sin escrúpulos que tienen en su altar al dios dinero o, mejor dicho, al dios poder, cuya naturaleza inmaterial es aún más peligrosa si no se le impone límites; que supone para un gran número de países la dependencia del exterior y el aumento de los conflictos internacionales para su control (dícese la Guerra de Golfo por el petróleo o la actual crisis de Ucrania a causa del gas, por ejemplo). Sin embargo, semejante posición descansa en dos pilares sin los cuales no podría sostenerse.
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